Rafael Aguilar Guajardo estaba sentado, en la entrada de un restaurante, con su esposa e hijos. Los testigos contarían que observó cuando un auto se detuvo y un hombre bajó con una metralleta. Corrió, pero las balas lo alcanzaron.
Los jefes del Cártel de Juárez fueron prófugos a los que la justicia nunca había perseguido. Una semana antes de ser asesinado, Aguilar Guajardo se había registrado con su nombre verdadero en un hotel de Cancún y viajaba en aerolíneas comerciales sin ocultar su identidad. El 12 de abril de 1993 le dispararon cuando estaba de vacaciones con su familia.
Lo asesinó Érick Linares Villa, un mítico pistolero, famoso por su puntería, en complicidad con Silvino Aguirre Fierro y Refugio Arias Urías. Los tres salieron libres, gracias a un amparo.
Aguilar Guajardo fue el principal fundador de la corporación criminal más antigua y estable del país, junto con Eduardo y Rafael Muñoz Talavera. Se paseaba por el territorio nacional a sabiendas de que era protegido por la fina estructura que él mismo forjó.
En realidad, más que fundarla, la ordenó: logró articular a grupos dispersos que durante décadas se dedicaron al contrabando (de drogas prohibidas, alcohol, personas, autos, armas).
Sistematizó la corrupción policial, reclutando elementos de los cuerpos de seguridad de los tres órdenes de gobierno. Él mismo fue comandante regional de la extinta Dirección Federal de Seguridad, donde aprendió que el poder real está en la calle. Hubo momentos en los que las comandancias de las policías judiciales, federales, estatales y de aduanas, trabajaban para su organización.
Quienes lo conocieron, afirman que Aguilar Guajardo era todo un caballero, un publirrelacionista natural.
Cuando estuvo en el Cereso de Ciudad Juárez, pidió que repartieran cobijas entre activistas que fueron detenidos durante un enfrentamiento con la policía, el 20 de noviembre de 1986, en pleno conflicto postelectoral. En pueblos de Chihuahua todavía lo recuerdan como un benefactor.
Transitaba por sus calles saludando a los vecinos igual que contrataba artistas para el exclusivo Club Premiere, en Ciudad de México, o para el Lido de París, en los años ochenta.
Su homicidio terminó con una era en la que los nacidos en Ciudad Juárez tenían el control de la organización, identificada como “Cártel de Juárez”, para dejar paso a los oriundos de Sinaloa.
Así subió Amado Carrillo Fuentes al poder. Así llegaron los Carrillo a Chihuahua, desde Sinaloa.
La estructura “tradicional” del cártel les abrió los brazos, la plaza, les dio a ganar.
Así nació
Las vacaciones
“Ya vengo, Pablo. ¿Se le ofrece algo?”
Sucedió hace 22 años, en abril. Amado Carrillo Fuentes era jefe de escoltas de Pablo Acosta, “El Padrino”, “El Pablote”, “El Zar”.
Pero el de Navolato, Sinaloa, no era un personaje menor: representaba los intereses del Cártel del Pacífico en Chihuahua, y en particular los de “Don Neto”, Ernesto Fonseca, su tío, quien lo había “asignado” a Ojinaga con sus amigos, especializados en la siembra y exportación de mariguana y ahora, por la influencia de los sinaloenses, metidos también en la coca.
Amado Carrillo “puso” a “El Pablote” con el comandante Guillermo González a cambio de la plaza. Le dio santo y seña de su paradero; se encargó de difundir que lo habían matado porque él no estaba cerca; quería evitar que lo tildaran de traidor.
Días antes de que las fuerzas federales asesinaran a Acosta, en la sierra de Ojinaga, Chihuahua, Amado pidió unos días para ir de vacaciones a Sinaloa, a su pueblo. En realidad se trasladó a Ciudad Juárez a esperar las noticias de lo que, ciertamente, vendría. Se escondió. Era abril de 1987.
“Don Neto” había caído dos años antes, en 1985, en Puerto Vallarta.
Lo persiguieron día y noche, a él y a Rafael Caro Quintero, por su participación en el asesinato del agente de
El reacomodo producido por la muerte del Kiki Camarena le abría enormes posibilidades a alguien como él, que conocía el trasiego de la droga de punta a costa, y dominaba, relaciones con Colombia. El reacomodo que hundió a su tío, lo beneficiaba.
Sólo le estorbaba Pablo Acosta, su patrón.
—Ya vengo, Pablo. ¿Se le ofrece algo?—, dijo Carrillo Fuentes al ranchero. Dicen que así se despidieron; fueron las últimas palabras. Lo demás es una nube de gritos, balas. Pablo murió ese abril, amaneciendo. Poco después, Amado movió su centro de operaciones de las rancherías y las sierras a la ciudad, a Juárez.
Se instaló junto con los otros capitanes del cártel, entonces en manos de “Los Rafaeles”, Aguilar Guajardo y Muñoz Talavera. Creció.
Y luego vino otra purga, seis años después de la muerte de “El Pablote”. También en abril. Fue la última purga que Amado vio en vida. En la siguiente, la muerte lo alcanzó.
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