Esta es la historia jamás contada de un militar que de joven perteneció a los círculos clandestinos de izquierda revolucionaria en el ejército, en los tiempos que el fantasma del comunismo de los años sesenta en México era el enemigo público número uno. La trayectoria de Jorge Maldonado Vega dio un vuelco de 180 grados cuando a finales de los años ochenta conoció a Amado Carrillo Fuentes, capo del cartel de Juárez, a quien visitó varias ocasiones en el reclusorio sur de la ciudad de México cuando cayó preso a principios de los años noventa. Documentos obtenidos de los archivos de Lecumberri y del juicio penal al que fue sometido, lo exhiben como simpatizante de ideas “subversivas” y años después, cómo interlocutor privilegiado -por su cercana amistad- del llamado “Señor de los Cielos”.
–Usted también fue de un partido de oposición—reclamó Jorge Maldonado Vega aquella tarde de junio de 1967 al entonces secretario de
–Yo sólo sigo su ejemplo de no ser del PRI—añadió el joven oficial. García Barragán no se incomodó, era una verdad histórica su reticencia al partido tricolor pues en las elecciones presidenciales de 1952, donde resultó electo presidente de la república Adolfo Ruiz Cortines, había sido coordinador de campaña del frente opositor que encabezó el general Miguel Henríquez Guzmán. Al viejo revolucionario le caía bien aquel muchacho, decía que era preparado y además bronco; una ocasión a las afueras de su oficina durante un altercado se había liado a golpes con su jefe de ayudantes, el capitán López Lena, desde ahí le simpatizó. Aunque en ese encuentro le advirtió de que eran otros tiempos, no era conveniente “andar de agitador” y le anunció que a partir de ese momento sería removido al interior del país.
Maldonado estaba identificado como “Hernando”, seudónimo con el que participó en varias reuniones de un grupo de militares simpatizantes del Partido Obrero Revolucionario Trotskysta (PORT), realizadas en aquellos meses por el rumbo del Lago de Guadalupe, al norte de la ciudad de México. Al grupo lo encabezaba el teniente coronel José María Ríos de Hoyos, un oficial que se había distinguido por sus escritos y posiciones críticas al régimen, había dos médicos militares, el mayor Baldomero Rodríguez Tique y Antonio Villafuerte Moreno, también un ingeniero militar, el teniente coronel José Ayala Morelos y un sargento de la fuerza aérea, Marcelo Velázquez Canseco. Tenían el objetivo de ganar adeptos dentro y fuera del ejército, declaró el capitán a los oficiales de inteligencia militar que lo interrogaron, se “preparaban intelectualmente con el objeto de estar listos en el momento oportuno” para asumir las directivas que marcara el partido. Después de la entrevista el Estado Mayor de
En la época del anticomunismo exacerbado, el que existiera un grupo clandestino de militares simpatizantes de izquierda, era una señal de alerta para
En 1954 se había graduado como subteniente de zapadores en el Colegio Militar, tiempo después se cambió a infantería y realizó el curso de paracaidista que concluyó en 1965. Fue comandante del cuerpo de cadetes del Colegio del Aire en Zapopan hasta 1971 cuando abandonó Jalisco para quedar comisionado en el Estado Mayor Presidencial, el cual dejó en 1974 para llegar a Culiacán, Sinaloa, como segundo comandante del 12 batallón de infantería. Regresó a Jalisco en 1982 con la orden de organizar el que sería el 79 de infantería que encabezó durante dos años, ascendió a general y pasó comisionado a Puebla donde se retiró del servicio en 1985. En diciembre de 1988 Javier García Paniagua, primogénito del general García Barragán, lo invitó a trabajar con él como director de la academia de policía del Distrito Federal. Cuando desempeñaba este puesto conoció a un hombre que entonces decía tener 34 años de edad, de complexión regular, bigote y cabello lacio, con acento norteño y estatura por arriba del metro ochenta. Fue durante un convivio por su onomástico en abril de 1989 en el restaurante San Angel Inn, donde sus colegas del plantel le ofrecían una cena. De una mesa contigua se paró éste individuo quien en tono cordial se le acercó para presentarse.
–¿Usted es el general Maldonado? –preguntó. –A sus órdenes—respondió. Se presentó como Amado Carrillo Fuentes, le dijo que conocía su historial de <
Tras la captura de Amado, el general Maldonado fue a visitarlo meses después a la cárcel, el intermediario fue un individuo que se identificó como Joel Martínez, un ingeniero que actuaba como brazo derecho del capo. Fue quien facilitó la entrada por las aduanas del penal sin que los molestaran, recordó el militar. Dentro Carrillo Fuentes demostraba ser “un hombre de gran poder ya que disponía de un número amplio de habitaciones conyugales” donde departía la gente que lo visitaba. Ahí lo recibió con un abrazo, lo llevó a una mesa contigua y le contó que lo habían consignado por portación de arma prohibida. Le confió que pronto saldría pues “contaba con amigos dentro de
A principios de 1990 una llamada a su domicilio del ingeniero Martínez le anunció que Amado ya estaba en libertad y quería verlo en la ciudad de México. Le pagarían el boleto de avión y el hospedaje, a lo que el general aceptó. Lo recogieron en el aeropuerto y lo llevaron al hotel Real del Sur, en el cruce de Calzada de Tlalpan y División del Norte, donde pernoctó esa noche. Al día siguiente pasaron por él para llevarlo a una casona por el rumbo del Pedregal de San Ángel. Ahí encontró a la familia Carrillo Fuentes en una comida, lo invitaron a pasar y tras la sobremesa, Amado lo condujo a una habitación privada para platicar a solas con él. Le dio las gracias por su apoyo y le pidió disculpas por el daño que le pudo haber ocasionado aquella ocasión que abogó por él cuando lo detuvieron. Le ofreció cinco millones de dólares por su intervención algo que al militar le extrañó. Le dijo que con esa cantidad podía comprarse unos cincuenta camiones kenworth, y le propuso darle cinco millones más para que comprara otros cincuenta tráileres para que se los administrara. Maldonado comentó que “nunca había manejado grandes cantidades de dinero y que no sería normal esa tenencia de dinero”. Le propuso al capo que le dejara analizar la situación ya que quizá podría aceptarle un préstamo sin intereses a tres o cuatro años. –¿En cuánto tiempo me da su respuesta general?—preguntó Carrillo. –Deme seis meses—contestó.
Cuando narró este encuentro ante la autoridad judicial, lo cuestionaron del por qué si conocía las actividades de Carrillo nunca lo denunció ó hizo algo por detenerlo. El general contestó: “por el simple motivo de que era del dominio público que gozaba de protección por parte de autoridades civiles”. Al continuar con su relato, contó que varias veces el capo lo invitó a Ciudad Juárez y al DF donde una ocasión le reclamó “de que servía su honestidad” y le reiteró su invitación para que trabajara con él. El militar de nuevo se negó lo cual no impidió que lo siguieran buscando. Una ocasión en los primeras semanas de 1994, lo mandó traer a la ciudad de México, lo hospedaron en el mismo hotel a donde llegó Carrillo a visitarlo. Estuvieron un buen rato en el restaurante, a mitad de la charla lo cuestionó sobre su relación con los altos mandos del ejército, generales comandantes de zona y de guarnición. Maldonado dijo que era nula y sería un “grave problema” dada la relación de compañerismo, si se conociera que eran amigos. Amado le pidió “que lo relacionara con personal militar de alto nivel, es decir, que lo presentara y le ‘metiera el hombro’ con los generales”. Nunca le explicó cuál era su finalidad, pero el brigadier supuso que era para facilitar sus actividades de narcotráfico, por lo que se negó.
Según su testimonio pasaron dos años y a mediados de 1996 lo contactó de nuevo para invitarlo al DF. Lo hospedaron en el hotel Emporio de Paseo de
A mediados de los años ochenta, cuando era comandante del 79 de infantería en Jalisco, Maldonado contó que conoció a otros capos por medio de Javier Barba, un individuo que se decía líder estudiantil en Guadalajara y trabajaba como “madrina” en la hoy desaparecida Dirección Federal de Seguridad, la otrora policía política del antiguo régimen. Una ocasión cuando este hombre le solicitó una entrevista, lo invitó a una casona por el rumbo de la avenida Manuel Acuña, donde le contó que había “desde uno a cinco millones de dólares” si entregaba droga que decomisara a
Maldonado se retiró del lugar acompañado de Barba, en los meses siguientes la droga que incautó fueron plantíos de marihuana que incineraron en el lugar de la siembra, como en el cerro de Tequila y el poblado de Santiaguito. Nunca volvió a ver a estas personas, aseguró, después se enteró que a Barba lo habían asesinado en un enfrentamiento en Mazatlán, Sinaloa y a Esparragoza lo encontró en el reclusorio sur el día que visitó a Amado Carrillo. En 1984 fue Barba quien lo presentó con Joaquín “El Chapo” Guzmán, le dijo que era “de la palomilla” cuando se encontraba acompañado de agentes de
Maldonado el joven oficial que tuvo inclinaciones trotskistas en los años sesenta, fue detenido a finales de 1997 acusado de proteger a Carrillo Fuentes, pasó casi cinco años en prisión hasta que fue absuelto en septiembre del 2002 por un tribunal unitario. Fue el primero de los generales procesados por narcotráfico en obtener su libertad.
1.- Expediente 11-81-66. Legajo 2, Hojas
2.- Declaración ministerial del general brigadier retirado Jorge Mariano Maldonado Vega. Fojas
LUCESDELSIGLO.COM.MX
0 comentarios:
Publicar un comentario