En
Un par de platos desechables cuelgan de los delgados mecates a manera de platillos de una balanza que usa corcholatas como pesas. El rústico instrumento permite a Luz, indígena tlapaneca de 42 años, pesar lo obtenido tras el raspado de cada cápsula de las amapolas que cultivó durante tres meses. Al producto de esta actividad clandestina le llaman “maíz bola” en los pueblos recónditos de
“Cada corcholata pesa dos gramos”, detalla Luz. Mientras charla, cinco corcholatas logran el equilibrio en la rústica balanza, pues obtuvo
Familias indígenas que habitan
—¿Por qué siembra amapola?
—No hay trabajo… Cuando no hay dinero, las niñas se van a ofrecer guajolotes, gallinas. A veces vendo maíz, frijol. De esto (la amapola) saco poquito, para el pasaje, para ir a Tlapa, para comer.
Las paradojas de
El antropólogo Abel Barrera, quien conoce como pocos la zona y desde hace 14 años dirige el Centro de Derechos Humanos de
La década de los 70, expone, fue un momento de cambio. Además de sufrir una fuerte militarización bajo el argumento de combatir a la guerrilla, en la región se desplomó la productividad agrícola y proliferó la siembra de mariguana y amapola, al tiempo que la migración tomó fuerza.
Sobre cómo llegó la amapola, el antropólogo cree que “los jornaleros que migraron a estados como Sinaloa, donde son utilizados como mano de obra barata, tuvieron contacto con la siembra de enervantes”.
Sin embargo, “al final, ellos no han tenido ningún beneficio”, son “los nuevos esclavos del narcotráfico”. Sembrar droga no les ha significado mejorar su nivel de vida, “al contrario, están en mayor riesgo, con más conflictos y criminalizados... Aquí la migración no ha resuelto la pobreza, tampoco lo ha hecho la siembra de enervantes... Sucede lo que siempre con los campesinos: ponen todo su trabajo y lo único que sacan es para comer tortilla con sal”.
Silencios y olvidos
En México, alrededor de 50 mil indígenas de 60 comunidades intervienen en la siembra de drogas, dijo Xavier Abreu Sierra, titular de
Pero en Querétaro, Abreu Sierra sí lo hizo. Según información periodística, aseguró que la mayoría de los indígenas que “voluntariamente” se incorporan a estas actividades habita comunidades de Guerrero y Michoacán. Hay cifras que conviene tener presentes. De acuerdo con el Centro de Estudios e Investigación en Desarrollo y Asistencia Social, en Guerrero 70% de la población indígena carece de ingresos suficientes para comprar la canasta básica de alimentos, cubrir gastos de salud, vivienda o vestido, es decir, viven en “pobreza de patrimonio”, como lo denominan los expertos. En Michoacán es 54.5% de dicha población.
En Los Pueblos indígenas de México, editado por
Y retrata esta realidad: 45 de cada 100 indígenas ocupados en el sector primario no reciben salario, manteniéndose de lo que producen o intercambian, mientras que 34 de cada 100 perciben menos de un salario mínimo.
Luz comenzó a sembrar amapola hace tres años. “Siembro poquito… quiero hacer una casita de material, pero no alcanza el dinero. Por aquí casi todos siembran… la gente pobre eso hace. ¿Qué va a hacer uno si no hay dinero?”. Su primera semilla la consiguió en un trueque, algo común en
Para aprender a sembrarla se contrató como peón. “Me fijaba cómo sembrar, cómo tirar la semilla, cómo deshojar. Tienes que ir con cuidado, porque ahí te resbalas, es la barranca. Ahí iban mujeres, hombres, muchachos de 12 años. Cuando vas de peón, pagan 50 pesos por día”.
Vienen los guachos
Llegar a la casa de Luz no es sencillo. De Tlapa de Comonfort (Guerrero), la ciudad más cercana, se sigue una de las carreteras maltrechas que conduce hacia los rincones de
Los guachos —como llaman los indígenas a los soldados— dejaron esta zona de
A unos pasos de su casa, está la barranca donde siembra amapola, sobre una superficie irregular de unos
Abel Barrera, de la organización Tlachinollan, señala que la siembra de droga en las comunidades indígenas ha sido un pretexto para militarizar estas regiones, consideradas focos rojos por la existencia de guerrilla. “¿Cómo es que el Ejército tiene una fuerte presencia en la zona e informa que destruye sembradíos, pero continua la siembra y la pobreza?”.
—¿No le da miedo que vengan los guachos y se la lleven? —Luz sonríe.
—Sí, pues. A un muchacho se lo llevaron. Se fue tres años al bote. Ahora ya regresó y no siembra. Se espantó. A lo mejor sí siembra, pero poquito... Dicen que los guachos paran a la gente, le dicen, ‘¿Pa’ qué siembras?‘ Cuando la gente sabe hablar español, responde, ‘Pues pa’ comer... si no estoy robando, estoy trabajando‘. A mí nunca me han cachado.
Aún más aislados
En las cárceles del país hay 598 indígenas condenados por delitos contra la salud, cumpliendo penas que van de
En enero pasado, después de que
Humberto Baltazar lleva más de cinco años recorriendo zonas indígenas del país. Asesorar proyectos productivos en comunidades rurales le ha permitido saber que en regiones indígenas de Sinaloa, Oaxaca y la costa de Michoacán siembran mariguana, en tanto que la sierra Cora, en Nayarit, produce además amapola.
Dice que “estas comunidades quedan aún más aisladas por el narcotráfico”.
Sucede que cuando una comunidad o región indígenas (que ya de por sí se hallan en zonas de difícil acceso) son identificadas por sembrar droga, “las mismas instituciones de gobierno comienzan a dejarlas más aisladas; ya no entran a dar servicios básicos. Los maestros, los doctores, no quieren ir a esos lugares. No hay políticas públicas en esas regiones”. Dejan de llegar también los fideicomisos para apoyar el desarrollo agrícola, completa.
Las manos negras
Luz extiende un paliacate sobre el piso de tierra de su vivienda de adobe con techos de lámina, y deposita la semilla de amapola que ya limpió. “Cuando necesito dinero vendo la semilla a la gente de aquí, a los que siembran”. Una jarra de un litro, llena de semilla, se vende en 200 pesos. También comercia con ollas en el mercado de la ciudad, siembra un poco de maíz (para autoconsumo) y cría pollos. Hace cuatro años se separó de su esposo, algo que muy pocas indígenas consiguen.
Pide a su hija María, de 13 años, que saque el “chapulín”. La niña le entrega un trozo de madera con una punta filosa: es el “rayador” con el que cortan la cápsula de la amapola y extraer la savia.
“A veces le ayudamos a rayar”, platica la adolescente, quien cursa el primer año de secundaria. En
Xóchitl Gálvez Ruiz dice que recorrió
—¿Quiénes le compran la goma? –se le pregunta a Luz.
—Unos señores que vienen de otros pueblos. Ellos vienen buscando si hay goma. Cada tres meses vienen y preguntan, ‘¿Tiene guaji’a?
—¿Guaji’a?
—Así le decimos aquí —entre los tlapanecos— a la goma. Así no se enteran los guachos… Cuando vienen a comprarla, los hombres preguntan casa por casa, pero sin hacer mucho ruido.
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