Nadie sabía quién era y ya era dueño del aeropuerto de la ciudad de México. Todos saben quién es y nadie puede encontrarlo. Joaquín Guzmán Loera ha sobrevivido a cinco presidentes, 11 procuradores, una prisión y a su propia adicción al poder y las mujeres
En los meses que siguieron a su fuga del penal de Puente Grande, Joaquín El Chapo Guzmán saltaba desesperado de una ciudad a otra. Un grupo especial de
El fiscal antidrogas Mario Estuardo Bermúdez declaraba que el radio de movilidad y operación del narcotraficante se hallaba “bastante reducido”. El procurador Rafael Macedo de
La policía acababa de asegurarle un laboratorio de procesamiento de drogas en Zapopan. Cada 15 días era detenido uno de sus cómplices. Las redadas federales habían provocado la detención de su hermano, Arturo Guzmán, El Pollo, y de 24 personas asociadas su grupo delictivo: desde el hombre encargado de comprarle la comida, hasta pistoleros, operadores, pilotos y lavadores de dinero. El procurador tenía en su escritorio la lista de sus principales colaboradores: abogados, ex militares, ex comandantes de
Uno de sus escoltas, Jesús Castro Pantoja, fue localizado cuando envió un regalo a su mujer, por el nacimiento de su hijo. Las cámaras de video de la tienda donde había adquirido el obsequio permitieron que las fuerzas de seguridad determinaran su filiación. Fue cazado en estado de ebriedad a las puertas de un hotel en Guadalajara. Castro Pantoja declaró a las autoridades que El Chapo estaba deprimido y a las puertas del suicidio. La detención de su hermano El Pollo le había puesto el ánimo al nivel del piso. Le aterrorizaba la idea de ser extraditado y juraba que antes de volver a
A fines de 2001, parecía copado. El ejército le cateaba fincas, ranchos, domicilios. La policía le decomisaba vehículos, armas, droga, dinero. Guzmán Loera, sin embargo, parecía ir siempre un paso adelante. “Se esfuma minutos antes de que aparezcamos”, declaró el director de
El narcotraficante había montado a su alrededor un sistema de seguridad que consistía en el envío de mensajes por bíper. Su grupo más cercano debía recibir cada 30 minutos un mensaje de reconocimiento enviado por escoltas ubicados en puntos alejados. Estos escoltas, a su vez, recibían mensajes procedentes de un tercer círculo de protección. Si la cadena se rompía en algún momento, se tomaba la decisión de huir: “Quería decir que alguien del grupo había sido detenido”, declaró Castro Pantoja.
La fuente más veraz de información, sin embargo, provenía de las estructuras de seguridad nacional. Durante los ocho años que El Chapo estuvo en prisión, su hermano El Pollo heredó una parte de su organización y se dedicó a reclutar enganchadores —entre ellos, los publirrelacionistas Jesús y Humberto Loya— cuya función era sobornar a militares y comandantes de
El Chapo tenía razón cuando afirmaba que prefería el suicidio al laberinto de pasillos, muros de concreto y rejas controladas electrónicamente del penal de
A excepción de las visitas conyugales, su única distracción consistía en las largas partidas de ajedrez que sostenía con algunos de sus lugartenientes: Baldemar Escobar Barraza, Martín Moreno Valdés y Antonio Mendoza. Las autoridades del penal lo consideraban un hábil ajedrecista. También una persona “peligrosa” y “mentirosa”.
Uno de los perfiles psicológicos que se le realizaron, subraya el sentimiento de inferioridad que le produce su estatura (
Tales características debieron ayudarle a superar la depresión. Cuatro años después de la fuga, el subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos lo definió como el criminal más inteligente y con mayor capacidad de reacción que
Estuvo a un paso de lograrlo. Pero, como decía el perfil, no era indulgente con sus detractores y convirtió el país en una balacera. Un baño de sangre que en los nueve años de su fuga ha arrojado en
El vuelo de Tapachula
“Esto se va a poner de la chingada”, le dijo El Chapo Guzmán a su administrador, Hernán Medina Pantoja, el 24 de mayo de 1993, el día en que una balacera en el aeropuerto de Guadalajara cobró la vida del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Los reportes oficiales indican que El Chapo se había hospedado en el Hotel Holiday Inn de esa ciudad y pensaba viajar, en plan de descanso, a Puerto Vallarta. La pugna que desde 1989 mantenía con los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix, cabecillas del Cártel de Tijuana, trastocó sus planes. Un comando de asesinos reclutado en el barrio Logan de San Diego viajó a Guadalajara para matarlo. Lo que siguió después —la balacera en la que los sicarios confundieron el auto de El Chapo y barrieron el cuerpo del cardenal Posadas Ocampo, según la versión oficial— lo condujo al máximo nivel de visibilidad y exhibió la red de sobornos y complicidades que le habían permitido construir la organización criminal más poderosa de México.
Antes de 1993, El Chapo Guzmán reinaba desde la sombra. No se contaba con datos suyos. Tampoco se tenían fotos recientes. El oro del narcotráfico le permitía moverse con impunidad. Tenía la mano en Jalisco, Nayarit, Durango, Sinaloa. Ese mismo oro había comprado una estructura de protección compuesta por gobernadores, ministerios públicos, comandantes, policías y funcionarios medios y altos de varias procuradurías. Pronto circuló la versión de que sus tentáculos habían llegado al secretario particular del presidente Salinas de Gortari, Justo Ceja Martínez. El Chapo Guzmán tenía en la nómina al director de
Tras la balacera en el aeropuerto, las cosas se pusieron como él había anunciado. En una camioneta Suburban, acompañado por un grupo de pistoleros, El Chapo se desplazó hacia el sur. Según el oficio 1387 de
Era evidente que El Chapo se iba del país.
Un día, su celular dejó de comunicarse. Carpizo supuso que finalmente había sido detenido.
Un grupo de elite del ejército guatemalteco lo capturó en junio de 2003 en el Hotel Panamericana. Lo acompañaban tres hombres y una mujer. El Chapo revelaría después que la milicia de ese país lo había traicionado: que el teniente coronel Carlos Humberto Rosales le quitó un millón y medio de dólares, antes de entregarlo en el puente Talismán al coordinador de la lucha contra el narcotráfico, Jorge Carrillo Olea.
Un avión de la fuerza aérea lo trasladó a Toluca. “¿Cuánto dinero quieren? Tengo mucho”, les dijo a los funcionarios que lo escoltaban. “Les doy los nombres de comandantes, de funcionarios, de gente a mi servicio. Estoy arreglado muy arriba”, agregó.
Durante el vuelo, el narcotraficante detalló las redes de corrupción en que apoyaba sus actividades. Salpicó a un ex procurador, cuyo nombre no se hizo público. Luego se supo que había embarrado también al ex subprocurador Federico Ponce Rojas, a una persona que trabajaba muy cerca del presidente Salinas de Gortari (presuntamente, Justo Ceja) y a un colaborador del primer círculo de Jorge Carpizo (Rodolfo León Aragón). Relató la entrega de millones de dólares a los comandantes José Luis Larrazolo Rubio, Cristian Peralta y Guillermo Salazar. Desnudó la maquinaria de infinita corrupción que había en el gobierno de Salinas de Gortari.
El procurador Carpizo archivó la información. “Los datos proporcionados por el jefe del Cártel de Sinaloa eran sugerentes —escribió después—, pero no tenían la fuerza, por sí solos, para realizar una consignación”. Otro de los pasajeros del vuelo, el general Guillermo Álvarez Nara, consignó la declaración en un oficio de cuatro cuartillas que luego entregó a
El PRI que hoy señala a Guzmán Loera como capo favorito del panismo, decidió guardar silencio y desviar la vista. La declaración hundió a algunos policías y a ciertos funcionarios de nivel medio. Se produjeron ceses y súbitas remociones. En
La noche del Krystal
—Oye, Chapo, ¿es cierto que eres el rey de la coca?
—Yo no me dedico a eso.
—¿A qué te dedicas?
—Soy agricultor.
—¿Qué siembras?
—Frijol.
—¿Y qué más?
—Tengo una abarrotería con un amigo.
Pese a lo que declaró cuando fue presentado ante la prensa, El Chapo era poseedor de una biografía menos modesta. Durante varios años fue dueño absoluto del hangar 17 zona D del Aeropuerto Internacional de
En realidad, las cosas iban mal desde 1989, cuando el primer capo de capos que hubo en el país, Miguel Ángel Félix Gallardo, fue llamado a cuentas por la justicia. Por indicaciones de Félix Gallardo, el narcotraficante Juan José Esparragosa Moreno, El Azul, convocó a una cumbre de capos y repartió el país entre ellos a fin de evitar una guerra. En el orbe de las declaraciones ministeriales y los testigos protegidos, las versiones de un mismo hecho suelen ser contradictorias. Para algunos, el desastre comenzó cuando los hermanos Arellano Félix mataron en Tijuana a El Rayo López —a quien El Chapo consideraba un hermano—, porque éste se había metido en su territorio. Para otros, todo se pudrió cuando los Arellano robaron 300 kilos de coca que pertenecían al Cártel de Sinaloa. Amigos durante el reinado de Miguel Ángel Félix Gallardo, para 1992 El Chapo y los Arellano se habían convertido en enemigos mortales.
En octubre de ese año El Chapo fue objeto de su primer atentado. Mientras circulaba en un Cutlass por el Periférico de Guadalajara, una Ram lo embistió y tres sujetos descendieron accionando sus metralletas. El Chapo metió a fondo el acelerador y se abrió camino entre el fuego. Tuvo tiempo de reconocer a sus atacantes: Ramón Arellano Félix y dos de sus lugartenientes, Armando y Lino Portillo.
En cuanto se puso a salvo contó los agujeros de bala que había en el Cutlass, 12 en total, y marcó el 77-16-21, número celular de Benjamín Arellano. El líder del Cártel de Tijuana le dijo:
—Nosotros no fuimos.
El Chapo declaró después: “Desde ese día les perdí la confianza”. Le tomó menos un mes devolver la cortesía. Sus servicios de información revelaron que con la custodia del comandante federal Adolfo Mondragón Aguirre, los Arellano llevaban tres noches en Puerto Vallarta, derrochando dinero en el Christine, el centro nocturno del Hotel Krystal. El 8 de noviembre de 1992, un camión Dina aparcó a las puertas de la discoteca. De la caja metálica bajaron en formación 50 hombres con chalecos antibalas, rifles de asalto e identificaciones de
La espiral de violencia alcanzó su punto culminante en el aeropuerto de Guadalajara, el día en que El Chapo Guzmán iba a viajar a Puerto Vallarta y el comando del barrio Logan recibió la instrucción de regresar a Tijuana pues el objetivo de su viaje, localizarlo y ejecutarlo, no había podido cumplirse. Ése fue el día en que, según las autoridades, ambos grupos se hallaron por accidente a las afueras del aeropuerto Miguel Hidalgo. Ese fue el día en que el cardenal Posadas tuvo el mal fario de irse a meter directamente entre las balas y el país entero descubrió que había comenzado
Vivir en Puente Grande
En noviembre de 1995 El Chapo Guzmán consiguió su traslado al penal de Puente Grande, ubicado a
Guzmán Loera conocía a la perfección el camino que iba a recorrer: en 1991 había sobornado al jefe de la policía capitalina, Santiago Tapia Aceves, a quien le entregó 255 mil dólares y 14 millones de pesos a cambio de su libertad. Aquel episodio sería recordado como “la primera fuga de El Chapo”. Una patrulla lo había detenido en el Viaducto. Se dice que dentro de
Fiel a su propia lógica, El Chapo tardó poco en someter Puente Grande. Puso a sueldo a custodios y comandantes; lentamente, tendió un circuito de complicidad que se extendió a todos los niveles. El mismo director del penal, Leonardo Beltrán Santana, estaba bajo sus órdenes. El Chapo escogía el menú, imponía el rol de vigilancia, intervenía en cada uno de los mecanismos de operación de la cárcel. Poseía cuatro celulares, estéreo, televisión y una computadora personal. No asistía a clases y ni siquiera pasaba lista. Según el tercer visitador de
El Chapo, El Güero Palma y Arturo Martínez, El Texas, los tres reclusos más importantes, celebraban rumbosas fiestas para las que se adquirían hasta
Los custodios que se negaban a integrarse a la red de complicidad eran golpeados o amenazados: “Oiga, dicen que usted anda enojado y que no quiere nuestra amistad. No se preocupe, aquí tenemos los datos de su domicilio y de su familia. No hay ningún problema”. Narcotraficantes y familiares ingresaban al penal sin importar la hora: “Aquí traemos a las visitas de los señores”.
A fines de 1997, El Chapo, que acostumbraba enviar rosas a las cocineras, le mandó una botella de whisky a una de las cinco mujeres recluidas en el penal: Zulema Hernández. Era alta, rubia, y poseía un cuerpo “casi perfecto”. Tenía tatuado un murciélago en la espalda y un unicornio en la pierna derecha. Se hallaba en Puente Grande bajo el cargo de secuestro. Julio Scherer la entrevistó alguna vez y publicó las cartas de amor que El Chapo dictaba a su secretario: “Zulema, te adoro… y pensar que dos personas que no se conocían podían encontrarse en un lugar como este”.
Zulema fue una de las pocas personas a las que el capo confió sus proyectos de evasión: “Después nos volvimos a ver y me dijo que ya se iba a hacer. Él me decía, tranquila, no va a pasar nada, todo está bien”. Guzmán Loera enfrentaba un proceso de extradición, que con seguridad iba a perder en los tribunales. El plan que había fraguado minuciosamente desde 1999 fue puesto en marcha el 19 de enero de 2001. Vicente Fox acababa de llegar a la presidencia. Un cambio de director en Puente Grande podía echar por tierra años de trabajo. No le quedaba tiempo para comenzar de cero.
Antes de irse, Guzmán prometió a Zulema la ayuda de un abogado. Pero el abogado nunca llegó y el narcotraficante se olvidó de ella. Jamás volvieron a verse: ella salió de prisión en 2003, se enroló en la organización de un abastecedor de droga llamado Pablo Rojas, El Halcón, y regresó a la cárcel al año siguiente. En 2006 la liberaron. El 17 de diciembre de 2008 la policía encontró el murciélago y el unicornio dentro de la cajuela de un auto. Zulema había sido asfixiada con una bolsa de plástico y tenía varias “Z” marcadas con una navaja en el cuerpo.
La fuga de El Chapo comenzó a las 19:15 y terminó 13 minutos más tarde. En un carro de lavandería empujado por Francisco Javier Camberros, El Chito, empleado del área de mantenimiento, y luego de ubicar en puntos estratégicos al equipo de celadores a su servicio, El Chapo salió del módulo 3 y atravesó pasillos, diamantes de seguridad y puertas electrónicas, hasta cruzar la aduana de vehículos. El sistema de video interno había sido bloqueado. En el estacionamiento general, se metió en la cajuela de un viejo Montecarlo. El Chito se hallaba a tal punto bajo la voluntad del narcotraficante que, dijo después, no cobró un solo peso “por el favor que le hice al señor Guzmán”.
El Chapo se había quejado ante él de su extradición inminente. “Me dijo que ya había pagado sus culpas y aún así lo querían llevar a Estados Unidos”. Sucedió este diálogo:
—¿Me apoyas para irme de aquí?
—Como va.
Una vez en el Montecarlo, El Chito apretó el acelerador. Pasaron dos topes. El auto enfilaba por la carretera libre a Zapotlanejo. Antes de llegar a la ciudad, el empleado abrió la cajuela.
—Yo aquí lo dejo —dijo.
El Chapo le recomendó:
—Mejor vente conmigo. A partir de mañana va a estar la noticia, pero en grande.
Con el narcotraficante instalado en el asiento del copiloto, llegaron a la esquina de Maestranza y Madero. El Chapo admitió que tenía la boca seca. Camberros estacionó el auto y se metió a una tienda para comprar agua. Cuando regresó, el jefe del Cártel de Sinaloa se había ido. “Primero se fugó de Puente Grande y luego se le fugó a él”, escribió un reportero.
“Al ver el problema en el que me encontraba… agarré un carro de sitio a la central de Guadalajara y ahí tomé un camión para el Distrito Federal, en donde yo creía que nadie me conocía”, confesó Camberros el día en que el miedo, el escándalo, la presión, lo llevaron a entregarse.
En Puente Grande sólo encontraron el uniforme y los zapatos de El Chapo. El director Beltrán Santana, que esa tarde había recibido la visita en el penal del subsecretario de Seguridad Pública, Jorge Tello Peón, y del director de Readaptación Social, Enrique Pérez Rodríguez (quienes viajaron a Puente Grande, según dijeron, para atender denuncias sobre el relajamiento en los esquemas de seguridad), tardó dos horas en informar a sus superiores. El sistema de corrupción del que este servidor se había beneficiado le estalló como una granada entre las manos: la huida ocasionó la consignación más grande en la historia reciente del país: 71 custodios y funcionarios fueron detenidos.
Nueve años después de la fuga, sólo seis procesados continuaban en la cárcel. Incluso Beltrán Santana había obtenido la libertad. Los priistas que solaparon el esquema de corrupción que durante el gobierno de Ernesto Zedillo permitió a Guzmán Loera reinar a sus anchas en Puente Grande, acusaron a los panistas de haber facilitado la fuga. Lo único claro, según se vio después, era la facilidad con que El Chapo compraba a unos y otros.
A salto de mata
Un corrido de El Tigrillo Palma cuenta lo que ocurrió después:
A veces la residencia
a veces casa campaña
los radios y metralletas
durmiendo en piso o en cama
de techo a veces las cuevas
Joaquín El Chapo se llama.
A fines de los ochenta, Venegas Guzmán había relacionado a El Chapo con elementos del ejército asignados a la costa nayarita. Tres de ellos, Jesús Castro Pantoja, Antonio Mendoza Cruz y Adrián Pérez Meléndez, le sirvieron de “muro” en diversos desembarcos de cocaína. Una parte importante de su organización se hallaba asentada en Nayarit.
Guzmán Loera pasó una noche en casa del político (meses después, a la hora de ser detenido, éste aspiraba a una diputación local por el PRD), y luego se refugió durante 40 días en un rancho de Compostela que el propio Venegas le había conseguido. En marzo de 2001 el ejército ubicó al narcotraficante en Santa Fe, Nayarit. Se desplegó un operativo que incluyó vuelos rasantes, pero las autoridades militares llegaron tarde: Ismael El Mayo Zambada acababa de sacar a El Chapo en helicóptero. Fue en esos meses cuando Guzmán Loera corría de un lugar a otro, y el gobierno de Vicente Fox anunciaba que se había quedado sin recursos: “Podemos presumir que será detenido de un momento a otro”.
De acuerdo con la versión del testigo “Julio”, El Chapo dependía por completo de su hermano El Pollo. Éste se encargaba a distancia de su seguridad física y económica. Había infiltrado poderosamente a
Entrevistado telefónicamente por el periódico El Norte, unos días después de la evasión, el propio Gutiérrez Rebollo, que en teoría había perseguido al narcotraficante durante años, adelantó lo que iba a ocurrir: Guzmán Loera se internaría en Nayarit para rehacer sus fuerzas, y luego iba a lanzarse a recuperar todo lo perdido.
Cuatro meses después de la fuga aparecieron señales de que El Chapo había retomado las riendas de la organización: el director de investigaciones de
Sin embargo,
Los cuatro años que duró la gestión de Macedo de
A principios de 2002
La suerte siguió de su lado en 2003: después de sostener dos enfrentamientos a tiros y repeler un intento de rescate, el ejército aprehendió en Matamoros al líder del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén. Las dos fronteras más importantes del país quedaron libres. Las organizaciones de Tijuana y el Golfo se fragmentaron en una galaxia de grupos violentos enfrentados entre sí. Había sonado la hora de El Chapo.
Cuenta un testigo protegido que Guzmán Loera organizó en Cuernavaca una cumbre de narcotraficantes a la que asistieron 25 jefes. Su propósito: fundir los cárteles de Juárez y Sinaloa en una sola organización que sería lanzada a conquistar los frentes que habían quedado abiertos. Controlar el Pacífico, el Golfo, la frontera.
Todos los jefes convocados eran sinaloenses, aunque algunos operaban desde hacía tiempo en Chihuahua. Muchos de ellos mantenían lazos familiares, reforzados por bodas y compadrazgos. Tenían asiento en el grupo Ismael El Mayo Zambada, Juan José Esparragosa, Vicente Carrillo Fuentes, Ignacio Coronel y Arturo Beltrán Leyva, entre los más destacados.
El Chapo reforzó sus filas con clicas, pandillas de
Uno de los primeros capítulos de esa guerra se escribió en
Ese año la violencia estalló en Tamaulipas, corrió por la frontera, descendió hacia el centro del país, siguiendo puntualmente las rutas de la droga, y el 31 de diciembre, poco antes de la cena de Año Nuevo, cruzó de nueva cuenta las puertas de
El autor intelectual, sin embargo, no radicaba en Tijuana ni pertenecía al Cártel del Golfo. El autor intelectual era Vicente Carrillo Fuentes, uno de los miembros de
—Para El Niño no hay perdón.
Y ordenó a uno de sus jefes de seguridad personal, el ex militar de infantería Manuel Alejandro Aponte Gómez, alias El Bravo, que viajara a Culiacán para cobrar la deuda.
El Bravo era el hombre que había entrenado a los Maras y formado a Los Negros y Los Pelones, los brazos armados del Cártel de Sinaloa. Iba a ser, en su momento, el encargado de dirigir el comando que pretendió asesinar al ex subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos. Todo lo resolvió una tarde de sábado, a las afueras de un centro comercial. Cazar a Rodolfo Carrillo le costó 500 tiros. A El Chapo, una guerra contra el Cártel de Juárez que se mantiene hasta la fecha, y la vida del hermano que lo había protegido, Arturo El Pollo Guzmán.
Narcoparaíso
El sucesor de Rafael Macedo de
—Entrégate, Chapo.
Durante los primeros 15 días de su gestión sucedieron en el país 36 ejecuciones.
Cabeza de Vaca terminó su gestión a fines de 2006, el día en que concluía el sexenio de Vicente Fox. La guerra entre los cárteles había dejado nueve mil ejecuciones.
El procurador entrante, Eduardo Medina Mora, sostuvo que El Chapo era sólo una figura emblemática que desde hacía tiempo había dejado de operar. Poco después, afirmó: “No importa dónde esté. Es como una estrella de futbol desgastada”.
Durante el tiempo que duraron las funciones de Medina Mora, sin embargo, se descubrieron los nexos de Guzmán Loera con el traficante de precursores químicos Zhenli Ye Gon, a quien
Si a consecuencia del asesinato de El Niño de Oro,
A su lado, Ignacio Coronel, El Mayo Zambada y Juan José Esparragosa, abrieron el frente de batalla: uno de los más violentos en un conflicto que dejó dos mil ejecutados en 2008, siete mil en 2009, y cinco mil 280 entre enero y junio de 2010. Uno de esos ejecutados iba a ser nada menos que Edgar Guzmán López, otro de los hijos de El Chapo, acribillado en el City Club de Culiacán, bajo una tormenta de fuego en la que se accionaron lanzagranadas y 500 tiros.
Medina Mora dejó
Finalizaba 2008. Arturo Beltrán Leyva colgó una manta en Sinaloa:
“Chapo Guzmán y Nacho Coronel ustedes se dicen jefes pero no son, par de jotos, a mí se me hace chica
La manta contenía una serie de pistas que la autoridad se tardó ocho meses en atender. En agosto de 2009 el ejército encontró en Las Trancas el mayor narcolaboratorio en la historia del tráfico de drogas en México: todo un complejo industrial para el procesamiento de metanfetaminas, asentado en una superficie de
No hubo detenidos. Los habitantes del narcoparaíso se habían esfumado antes de que las tropas aparecieran. Pantalones 15 y medio: el habitante de aquella casa debía ser un hombre bajo.
Unos meses más tarde, Michael Braun, jefe de operaciones de
Han pasado 180. El periodista Jesús Blancornelas decía de Joaquín Guzmán: “Tiene de pronto un pie en Nuevo Laredo. Otro en Tijuana. Parrandea a escoger: Nogales o Caborca. Duerme en Puebla. Se da sus paseadas en Veracruz. Ordena ejecuciones en Quintana Roo. Lleva dólares a Guatemala. Total. Descansa escondido en Sinaloa. Por eso donde no lo ven se les figura”.
Héctor de Mauleón. Escritor y periodista. Su más reciente libro es El secreto de
NEXOS EN LINEA
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