El encuentro entre Julio Scherer e Ismael Zambada García, “El Mayo”, no es el primero que se da protagonizado por el capo del cartel de Sinaloa y un periodista.
En 1996, hace ya casi tres lustros, Ismael Zambada se reunió en al menos tres ocasiones con una periodista en la zona de Polanco y en las inmediaciones de la Cámara de Diputados.
Cauto y gentil, de pocas palabras y midiendo siempre a su interlocutora hasta sentirse en confianza, “Alfredo”, como pidió que lo llamaran, no solo viajó desde su natal Sinaloa hacia el Distrito Federal para arreglar ciertos negocios de alto calibre; también se dio tiempo, en una visita de algunas horas, para saludar a altos mandos militares y de la entonces Policía Judicial Federal (PJF).
Con ellos vengo a acordar algunas rutas y zonas para llevar las cosas en paz, le dijo en esa ocasión a la periodista.
Pero ese no fue el tema de las conversaciones, de los acercamientos entre ambos personajes en encuentros terciados por un personaje cercano a los círculos políticos y al ámbito judicial.
El tema sobre el que “Alfredo” aceptó platicar vertiendo su muy especial opinión, fue el de la entonces naciente Ley federal Contra la Delincuencia Organizada (LFCDO), a la cual sencillamente consideraba desde entonces como una “vacilada”, una “inutilidad” por parte del gobierno.
Esos cambios constitucionales, esas modificaciones lo único que van a hacer es validar los abusos, darle manga ancha a militares y policías para catear, detener, arraigar y culpar de narcotráfico a quién se les dé la gana, decía el agricultor con un marcado acento sinaloense, vestido en las tres o cuatro ocasiones con un impecable traje Hugo Boss, con un reloj fino y mancuernillas como únicas piezas que revelaban apenas su capacidad económica.
“El verdadero riesgo en todo esto será de tipo político, porque ahora la autoridad va a tener elementos para fabricarle cosas a la oposición, a la gente del PRD, por ejemplo”, advertía “Alfredo”.
No importa lo que hagan, no importa cuánto le inviertan o qué cosas planeen para combatir al narcotráfico, nosotros siempre vamos tres o cuatro pasos adelante; cuando el gobierno anuncia que va a comprar equipos para detectar e interceptar aviones, nosotros ya estamos en otra cosa y lo de los aviones ya lo dejamos atrás, añadía Ismael zambada García en uno de los encuentros.
“Ellos están hablando ahora (finales de 1996) de comprar aparatos para intercepción aérea mientras nosotros le compramos submarinos a Rusia y estamos moviéndonos hacia Europa, no hacia los Estados Unidos. Ese no es ahorita nuestro mercado principal”, añadía el “Mayo” en uno de los encuentros que casi siempre se efectuaban de noche.
El primero fue en el Hotel Nikko. Duró unos minutos y se habló apenas de algo que tuviera qué ver con el tema original de la conversación. De hecho la “cita”, surgió en realidad de la llamada de un tercero que le avisaba a la periodista sobre la presencia del personaje en esos momentos en el Nikko.
Si tienes tiempo para vernos, tiene que ser hoy, en unos minutos, aquí en donde estamos, le adelantaba su contacto a la mujer. En menos de media hora la periodista llegó al Nikko y casi de inmediato el grupo fue directo a uno de los restaurantes de comida japonesa en uno de los pisos del hotel.
“Alfredo” pidió champaña para acompañar la comida. Iba con una bella chica. Llevaba dos teléfonos celulares que nunca usó. Traía también un bíper en el que recibía mensajes a los que respondía marcando desde un teléfono público, no desde los celulares.
La acompañante de Zambada permaneció callada todo el tiempo. La primera charla con el capo del cartel de Sinaloa fue breve, de tanteo, y en ella el hombre le reveló a la periodista que él era el “segundo de abordo” después de Juan José Esparragosa Moreno, “El Azul”.
–¿Usted sabe quién soy yo?, le preguntó directo a la mujer.
– No, no lo sé.
– Para usted soy Alfredo, nada más.
La conversación en ese primer encuentro fue relativamente breve. El “Mayo” no permitió el uso de grabadoras pero accedió a que la periodista anotara en una libreta los datos que considerara relevantes.
Cuando terminaron de cenar, el capo de Sinaloa invitó al grupo a divertirse en algún sitio de la capital. Poco antes de las 10 de la noche llegaron en una Suburban roja a la discoteca La Boom, a un costado del Toreo de Cauro Caminos.
Al llegar al acceso, el cadenero les negó la entrada diciéndoles que la discoteca era sólo para socios. Amable y sin alterarse, el “Mayo” les preguntó al cadenero y al jefe de seguridad cuánto costaba la membresía. Se disponía a sacar dinero en efectivo cuando uno de los asistentes del gerente de La Boom dijo que todo estaba bien y ordenó que los dejaran entrar.
La discreción y el comportamiento de la periodista le abrieron paso a tres encuentros más con quien tiempo después supo que era Ismael Zambada García.
Igual de imprevistas y reveladoras, las siguientes charlas con “Alfredo” ocurrieron en el Hotel Marriot de Polanco y en un restaurante cercano a la Cámara de Diputados.
El encuentro en el Marriot fue curioso porque “Alfredo” se movía con soltura y familiaridad en el lobby del hotel y era saludado por algunos de los empleados con un gesto discreto. Del Marriot el grupo se fue caminando de nuevo al hotel Nikko, en donde se dio la segunda conversación sobre lo que traería como consecuencia la LFCDO.
El último encuentro fue muy cerca de la Cámara de Diputados, en donde “Alfredo” advertía desde entonces que la LFCDO no serviría de nada por sí sola, porque lo que se necesitaba en realidad eran cambios a fondo, “reformas serias” al sistema judicial del país para atacar la enrome corrupción estructural que durante años había posibilitado el crecimiento del narcotráfico en México.
La fusión de los criminales en bandas organizadas ha sido medular para lograr la supremacía con a que se cuenta, explicaba entonces, hace 14 años, Ismael Zambada García a la periodista.
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