lunes, abril 19, 2010

LOS SECRETOS DE JUAN JOSÉ ESPARRAGOZA "EL AZUL"

Apenas más viejo que Ismael El Mayo Zambada y más joven que Joaquín El Chapo Guzmán, el narcotraficante Juan José Esparragoza Moreno ha figurado en varias generaciones de capos, siempre desde un estratégico segundo plano. Buen negociador, carismático entre los narcotraficantes, no se tienta el corazón para aniquilar a sus rivales y es capaz de corromper policías, militares y gobernadores… Es el autor de los más recientes esfuerzos por alcanzar, en torno del cártel de Sinaloa, la unidad entre los más poderosos grupos del tráfico de drogas.

Decano de los capos mexicanos, hábil en las negociaciones para poner fin a viejos conflictos, Juan José Esparragoza Moreno, El Azul, ha sobrevivido poco más de cuatro décadas en el tráfico de drogas y hoy es el personaje más discreto y, al mismo tiempo, el más eficaz en la recomposición del tejido social y financiero del narco en México.

Desde 1992, cuando fue liberado del penal de Almoloya de Juárez tras cumplir una pena de siete años, nadie sabe de su paradero, aunque sí de sus andanzas: se le ha visto en Querétaro –uno de sus refugios– y en 2003 sentó sus reales en Morelos, bajo el amparo del gobierno panista que encabezaba el gobernador Sergio Estrada Cajigal.

Aunque en México poco se habla de él, en Estados Unidos el Buró Federal de Investigaciones (FBI) lo consideraba como el segundo criminal internacional más buscado en 2005, solamente detrás del terrorista Osama Bin Laden. Actualmente El Azul ni siquiera aparece en la lista histórica de los 10 criminales más buscados en el portal del FBI.

El 12 de febrero de ese año, Art Werge, vocero del FBI en El Paso, Texas, anunció que había una recompensa de 5 millones de dólares para quien proporcionara información que llevara a la captura de Esparragoza Moreno, quien era señalado como el principal líder del cártel de Juárez.

El vocero del FBI aseguró que el capo “ha tenido la capacidad para formar estructuras muy bien organizadas en las que participan funcionarios, policías y militares, e inclusive importantes mandos del Ejército Mexicano”.

Añadió que esa agencia “lo considera uno de los hombres clave en el narcotráfico mexicano por los nexos que sostiene desde hace varios años con narcotraficantes colombianos para transportar cocaína a Estados Unidos”, según publicó entonces el diario La Jornada.

La Drug Enforcement Administration (DEA) también ofreció 5 millones de dólares por su cabeza.

El FBI asegura que Esparragoza Moreno es muy peligroso, siempre anda armado y cuenta con un fuerte equipo de seguridad que lo cuida. En México, la percepción de las autoridades es otra: asumen que El Azul es un narco más proclive a la negociación que a la beligerancia... LEER MAS EN PDF

jueves, abril 15, 2010

BALACERA EN ACAPULCO

Sicarios de Edgar Váldez Villareal alias "La Barbie" se enfrentan con los Federales después de cometer un asesinato.


miércoles, abril 14, 2010

SOLDADOS Y PODER

Desde que por el presidencialismo asfixiante los mandos castrenses comenzaron a negociar sus fidelidades, esto es extendiendo facturas y advertencias a cambio de obtener prerrogativas no sólo presupuestarias, los generales formados con un irreductible espíritu nacionalista, fogueados además en las tareas de más elevado riesgo para la seguridad del país, pasaron a un segundo plano, muchas veces como testigos silenciosos de la llegada a la titularidad de la Secretaría de la Defensa de elementos muy inferiores pero suficientemente apadrinados. Las infiltraciones, por tanto, se hicieron no sólo más frecuentes sino también de mayor calado.

Uno de los recios militares que no pudieron alcanzar la mayor jerarquía aunque merecimientos les sobraran fue el general Salvador Rangel Medina, fallecido en 2005 con 92 años a cuestas. Célebre por operativos y actitudes en distintas entidades del país, de manera sobresaliente en Guerrero, Michoacán y Yucatán, fue siempre leal a su propia conciencia lo que, en distintas ocasiones, le separó de la soberbia de quienes, sin autoridad moral alguna, solían dictar órdenes disparatadas. Por ejemplo, se negó, como comandante de zona, a seguir las instrucciones del «alto mando» para acordonar e incendiar los localizados campamentos de la guerrilla de Lucio Cabañas, al correr la década de los setenta, para provocar así que, como conejos, buscaran refugio y encontraran sólo la metralla. Le pareció que tal era un genocidio. Y tenía razón.

Pues bien, el general Rangel Medina, hombre recio y con cierta cultura, terminó sus días siendo una especie de icono para los soldados que, como él, no se confunden al jerarquizar valores y conceptos. Primero la justicia, después las reglas; el país por encima de las castas y los mandatarios por debajo de los mandantes. Es sencillo transcribirlo y tremendamente difícil sostenerlo, mucho más cuando priva la suficiencia de una pequeña élite de arribistas que creen saberlo todo y ni siquiera conocen la geopolítica del país ni la historia de los flagelos sociales, efectos de las distancias de clase y de la impudicia, también la negligencia, gubernamental.

Cuenta Juan Veledíaz, en su espléndida biografía de Rangel –«El General sin Memoria», Debate, Random House Mondadori, 2010-, que el mílite sostenía, desde hace cuarenta años, una hipótesis que cobra excepcional oportunidad en estos tiempos turbulentos, perdido el respeto a las vidas ajenas y exaltada la fuerza represiva para supuestamente asegurar equilibrios inalcanzables por esta vía:

«Años después –explica Veledíaz-, advirtió que combatir al narcotráfico no sería como enfrentar a Lucio Cabañas o al subcomandante Marcos; era una encomienda que podría costarle más caro al ejército, pues el poder corruptor de las mafias era el real enemigo a vencer».

En la sentencia radica la clave para entender los negativos saldos de la guerra contra los poderosos cárteles en frenética disputa territorial, desde el norte hasta el sur de esta nuestra atenaceada República, gracias, en buena medida, a la soslayada colusión con un sector del ejército y buena parte de la clase política dominante y, hasta hoy, inamovible con o sin alternancias de por medio.

Por desgracia, «el efecto corruptor» llegó muy hondo a través de soterradas negociaciones con quienes, en Palacio Nacional, se percataban, cada inicio de sexenio y luego de las turbulencias de 1968, de que la seguridad del entorno presidencialista dependía de las concesiones hacia oficiales y soldados animados a obtener prebendas poniendo a subasta sus lealtades. Y cada mandatario, en su turno, fue apremiado a pagar las facturas, una de ellas, la mayor sin duda, la tolerancia aviesa sobre los puentes entre las mafias dominantes y los mandos. Por fortuna, no todo se contaminó, pero sí se afectó a la estructura institucional. Lo desgraciado es que la erosión no se ha interrumpido porque, en esta hora aciaga, privan los temores y no el propósito renovador; y sin éste no hay, sencillamente, defensa posible.

Así, Echeverría negoció su propia seguridad, luego de privilegiar a su Estado Mayor convirtiéndole en un cuerpo de elite capaz de asegurar y superar a seis efectivos militares con uno solo de sus miembros, aun cuando con ello se colocara, al final de su periodo, en franco predicamento incluso mediante un conato de golpe de Estado, en noviembre de 1976, disipado con el consiguiente y elevado pago de facturas. López Portillo, su sucesor, debió cubrir el tremendo desfalco asumiendo la vieja teoría de «dejar hacer» a las jerarquías castrenses que cobraron muy caros, a su vez, los reproches contra el frívolo comportamiento de este mandatario capaz de erigir en «general de bisutería» a su antiguo colega de pandilla, Arturo «Él Negro» Durazo.

Un sexenio más adelante, con Miguel de la Madrid, el intercambio de chantajes tocó fondo. El entonces secretario de éste, Emilio Gamboa Patrón –superviviente con enorme actualidad del malaje político-, llegó a decirme entonces:

-El primer año del sexenio -1983-, estuvimos al borde del abismo... bajo la presión de los generales.

Y con este saldo... comenzó a registrarse el primer «boom» del narcotráfico sobre suelo mexicano.


El Reto

Dicen que el gobierno de México reaccionó luego del asesinato de doce jóvenes en Ciudad Juárez. No fue así. Más bien tomó la decisión de retirar a los efectivos militares de la fronteriza urbe luego de que tres civiles relacionados con el Consulado estadounidense en la misma fueron brutalmente acribillados, produciendo con ello la furia de la Casa Blanca, del presidente Obama y de cuantos consideran que por cada vida norteamericana la mayor potencia de todos los tiempos puede cobrarse cien de sus «enemigos».

Felipe Calderón fue, una vez más, rebasado. Bajo la presión del gobierno de Washington, y no por voluntad propia, la desmilitarización mexicana de la frontera no será óbice para que la nación vecina despliegue su ya legendaria capacidad ofensiva con o sin camuflajes de por medio. Para eso vino Hillary Clinton a México y no para lisonjear a los tibios ocupantes de Los Pinos, cada vez más copados y reducidos. Dicho de otra manera: las presiones castrenses aumentarán, sin duda, sobre una presidencia voluble. Y ello sin que la poderosa Unión Americana deje de hacer lo propio exigiendo soluciones y no monsergas.

Ni quién se acuerde, en esta hora negra, de los padrinos estadounidenses que deben estar pasándosela muy bien ante el dolor de los mexicanos.


OCHOCOLUMNAS.COM.MX

lunes, abril 12, 2010

SICARIOS ATACAN CREEL, CHIHUAHUA

El ataque de un comando armado que el pasado 15 de marzo dejó al menos ocho personas asesinadas en Creel fue captado por una cámara de la Secretaría de Seguridad Pública del Gobierno del Estado.

El video muestra el momento en que decenas de hombres portando armas largas se reúnen a un costado de la carretera en aquella localidad serrana, montan una especie de retén en el que revisan a conductores, usan cocaína y, finalmente, se acercan a una residencia de la zona y empiezan a disparar.

Las imágenes fueron difundidas la noche del jueves a nivel nacional en el programa Punto de Partida, conducido por la periodista Denisse Maerker, quien informó que el video llegó a la Redacción de ese noticiero y que había sido captado por las cámaras del C-4 de la Secretaría de Seguridad Pública Estatal.

“Este material llegó a la Redacción de punto de partida. Fue grabado por una cámara del C-4, Centro de Monitoreo de la Secretaría Estatal en Creel; sin embargo, como pudo apreciar, ninguna autoridad llegó al lugar”, dijo la periodista en su programa.

Sobre ese detalle, el secretario de Seguridad Pública estatal, Gustavo Zabre Ochoa, dijo ayer en la ciudad de Chihuahua que la dependencia no reaccionó de inmediato porque cuenta con muy pocos agentes para cubrir la sierra.

Agregó que se investiga quién filtró el video y advirtió que con su difusión se echó a perder trabajo de inteligencia y se puso en peligro a elementos de Seguridad.

La grabación –que Denise Maerker dijo dura una hora– inicia a las 5:30 de la mañana. La cámara muestra varias camionetas avanzando por la carretera de Creel. Los vehículos luego se estacionan a un costado y, con un acercamiento, la cámara deja ver a varios civiles portando armas largas.

La cámara se acerca entonces aún más a una camioneta gris, donde también están personas armadas, una de las cuales saca una bolsa de cocaína que primero comparte con otros tres hombres armados que se acercan al vehículo y después él mismo inhala en varias ocasiones.

Así sigue la grabación, con los hombres armados deambulando con total libertad por la zona, inspeccionando a conductores que, de acuerdo con lo que se observa en la imagen, bajan de los vehículos con las manos en alto.

Casi a la mitad de la grabación difundida por Televisa, la cámara sigue a un grupo de hombres que de la carretera se desplazan a una residencia de grandes dimensiones –al parecer propiedad de un empresario local– y empiezan a disparar, primero a través de las ventanas y después a través de la puerta.

Después del ataque contra la casa, la cámara vuelve a enfocar a los hombres armados que están junto a la carretera y que, minutos después, se ve que detienen una camioneta blanca de la que obligan a bajar a un hombre.

La imagen difundida por Televisa –de siete minutos– termina cuando los hombres se retiran de la zona a bordo de más de 12 camionetas.

En esa ocasión, los medios del estado difundieron que el comando armado fue visto circular la madrugada de ese lunes 15 de marzo en hasta 16 camionetas. Los reportes agregaron entonces que el comando atacó en Creel y también en San Juanito; que secuestraron a varias personas y, en total, que dejaron ocho muertos, aunque Maerker a nivel nacional informó que se trataba de nueve.

“Cuatro hombres más fueron sustraídos de sus viviendas en Creel para después asesinarlos y arrojar sus cuerpos en el kilómetro 2 de la carretera que va de este pueblo hacia el lago de Arareco. Sólo uno de ellos ha sido identificado, se trata de Emilio Hernández Torres de 22 años y originario de Batopilas. Por la noche, se informó que también falleció la joven Margarita Cabada, de 18 años de edad y quien recibió un impacto de bala en la cabeza".

“Además de llevarse a quienes habrían de ejecutar, los agresores rafaguearon una casa en Creel, donde reportan seis personas lesionadas, cuatro de ellas mujeres, una niña de 12 años y dos varones. Por la noche, falleció una de las mujeres heridas”, agregó entonces este medio.

ELREALDECHIHUAHUA.COM.MX



martes, abril 06, 2010

ISMAEL ZAMBADA Y SU REENCUENTRO CON UN PERIODISTA

El encuentro entre Julio Scherer e Ismael Zambada García, “El Mayo”, no es el primero que se da protagonizado por el capo del cartel de Sinaloa y un periodista.

En 1996, hace ya casi tres lustros, Ismael Zambada se reunió en al menos tres ocasiones con una periodista en la zona de Polanco y en las inmediaciones de la Cámara de Diputados.

Cauto y gentil, de pocas palabras y midiendo siempre a su interlocutora hasta sentirse en confianza, “Alfredo”, como pidió que lo llamaran, no solo viajó desde su natal Sinaloa hacia el Distrito Federal para arreglar ciertos negocios de alto calibre; también se dio tiempo, en una visita de algunas horas, para saludar a altos mandos militares y de la entonces Policía Judicial Federal (PJF).

Con ellos vengo a acordar algunas rutas y zonas para llevar las cosas en paz, le dijo en esa ocasión a la periodista.

Pero ese no fue el tema de las conversaciones, de los acercamientos entre ambos personajes en encuentros terciados por un personaje cercano a los círculos políticos y al ámbito judicial.

El tema sobre el que “Alfredo” aceptó platicar vertiendo su muy especial opinión, fue el de la entonces naciente Ley federal Contra la Delincuencia Organizada (LFCDO), a la cual sencillamente consideraba desde entonces como una “vacilada”, una “inutilidad” por parte del gobierno.

Esos cambios constitucionales, esas modificaciones lo único que van a hacer es validar los abusos, darle manga ancha a militares y policías para catear, detener, arraigar y culpar de narcotráfico a quién se les dé la gana, decía el agricultor con un marcado acento sinaloense, vestido en las tres o cuatro ocasiones con un impecable traje Hugo Boss, con un reloj fino y mancuernillas como únicas piezas que revelaban apenas su capacidad económica.

“El verdadero riesgo en todo esto será de tipo político, porque ahora la autoridad va a tener elementos para fabricarle cosas a la oposición, a la gente del PRD, por ejemplo”, advertía “Alfredo”.

No importa lo que hagan, no importa cuánto le inviertan o qué cosas planeen para combatir al narcotráfico, nosotros siempre vamos tres o cuatro pasos adelante; cuando el gobierno anuncia que va a comprar equipos para detectar e interceptar aviones, nosotros ya estamos en otra cosa y lo de los aviones ya lo dejamos atrás, añadía Ismael zambada García en uno de los encuentros.

“Ellos están hablando ahora (finales de 1996) de comprar aparatos para intercepción aérea mientras nosotros le compramos submarinos a Rusia y estamos moviéndonos hacia Europa, no hacia los Estados Unidos. Ese no es ahorita nuestro mercado principal”, añadía el “Mayo” en uno de los encuentros que casi siempre se efectuaban de noche.

El primero fue en el Hotel Nikko. Duró unos minutos y se habló apenas de algo que tuviera qué ver con el tema original de la conversación. De hecho la “cita”, surgió en realidad de la llamada de un tercero que le avisaba a la periodista sobre la presencia del personaje en esos momentos en el Nikko.

Si tienes tiempo para vernos, tiene que ser hoy, en unos minutos, aquí en donde estamos, le adelantaba su contacto a la mujer. En menos de media hora la periodista llegó al Nikko y casi de inmediato el grupo fue directo a uno de los restaurantes de comida japonesa en uno de los pisos del hotel.

“Alfredo” pidió champaña para acompañar la comida. Iba con una bella chica. Llevaba dos teléfonos celulares que nunca usó. Traía también un bíper en el que recibía mensajes a los que respondía marcando desde un teléfono público, no desde los celulares.

La acompañante de Zambada permaneció callada todo el tiempo. La primera charla con el capo del cartel de Sinaloa fue breve, de tanteo, y en ella el hombre le reveló a la periodista que él era el “segundo de abordo” después de Juan José Esparragosa Moreno, “El Azul”.

–¿Usted sabe quién soy yo?, le preguntó directo a la mujer.

– No, no lo sé.

– Para usted soy Alfredo, nada más.

La conversación en ese primer encuentro fue relativamente breve. El “Mayo” no permitió el uso de grabadoras pero accedió a que la periodista anotara en una libreta los datos que considerara relevantes.

Cuando terminaron de cenar, el capo de Sinaloa invitó al grupo a divertirse en algún sitio de la capital. Poco antes de las 10 de la noche llegaron en una Suburban roja a la discoteca La Boom, a un costado del Toreo de Cauro Caminos.

Al llegar al acceso, el cadenero les negó la entrada diciéndoles que la discoteca era sólo para socios. Amable y sin alterarse, el “Mayo” les preguntó al cadenero y al jefe de seguridad cuánto costaba la membresía. Se disponía a sacar dinero en efectivo cuando uno de los asistentes del gerente de La Boom dijo que todo estaba bien y ordenó que los dejaran entrar.

La discreción y el comportamiento de la periodista le abrieron paso a tres encuentros más con quien tiempo después supo que era Ismael Zambada García.

Igual de imprevistas y reveladoras, las siguientes charlas con “Alfredo” ocurrieron en el Hotel Marriot de Polanco y en un restaurante cercano a la Cámara de Diputados.

El encuentro en el Marriot fue curioso porque “Alfredo” se movía con soltura y familiaridad en el lobby del hotel y era saludado por algunos de los empleados con un gesto discreto. Del Marriot el grupo se fue caminando de nuevo al hotel Nikko, en donde se dio la segunda conversación sobre lo que traería como consecuencia la LFCDO.

El último encuentro fue muy cerca de la Cámara de Diputados, en donde “Alfredo” advertía desde entonces que la LFCDO no serviría de nada por sí sola, porque lo que se necesitaba en realidad eran cambios a fondo, “reformas serias” al sistema judicial del país para atacar la enrome corrupción estructural que durante años había posibilitado el crecimiento del narcotráfico en México.

La fusión de los criminales en bandas organizadas ha sido medular para lograr la supremacía con a que se cuenta, explicaba entonces, hace 14 años, Ismael Zambada García a la periodista.

EJECENTRAL.COM.MX

domingo, abril 04, 2010

LA VOZ DE MANDO

COMANDOS DEL MP (MACHO PRIETO)

EL ENCUENTRO DE SCHERER Y EL MAYO

Una expresión de Julio Scherer García ha quedado grabada con hierro candente, entre muchas otras, en quienes colaboramos con él. “Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…”. En el mayor de los sigilos, bajo la exigencia de reserva absoluta que él respetó y respeta, el fundador de Proceso fue convocado a encontrarse con Ismael El Mayo Zambada. “Tenía interés en conocerlo”, le dijo el capo del cártel de Sinaloa, colega y compadre del Chapo Guzmán. En el encuentro, que terminó en puntos suspensivos, El Mayo Zambada dejó un reto: “Me pueden agarrar en cualquier momento… o nunca”.

Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo.

La nota daba cuenta del sitio, la hora y el día en que una persona me conduciría al refugio del capo. No agregaba una palabra.

A partir de ese día ya no me soltó el desasosiego. Sin embargo, en momento alguno pensé en un atentado contra mi persona. Me sé vulnerable y así he vivido. No tengo chofer, rechazo la protección y generalmente viajo solo, la suerte siempre de mi lado.

La persistente inquietud tenía que ver con el trabajo periodístico. Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje, pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator.

Me hizo bien recordar a Octavio Paz, a quien alguna vez le oí decir, enfático como era:

“Hasta el último latido del corazón, una vida puede rodar para siempre”.

* * *

Una mañana de sol absoluto, mi acompañante y yo abordamos un taxi del que no tuve ni la menor idea del sitio al que nos conduciría. Tras un recorrido breve, subimos a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminamos en seguida un rato largo hasta detenernos ante una fachada color claro. Una señora nos abrió la puerta y no tuve manera de mirarla. Tan pronto corrió el cerrojo, desapareció.

La casa era de dos pisos, sólida. Por ahí había cinco cuadros, pájaros deformes en un cielo azuloso. En contraste, las paredes de las tres recámaras mostraban un frío abandono. En la sala habían sido acomodados sillones y sofás para unas diez personas y la mesa del comedor preveía seis comensales.

Me asomé a la cocina y abrí el refrigerador, refulgente y vacío. La curiosidad me llevó a buscar algún teléfono y sólo advertí aparatos fijos para la comunicación interna. La recámara que me fue asignada tenía al centro una cama estrecha y un buró de tres cajones polvosos. El colchón, sin sábana que lo cubriera, exhibía la pobreza de un cobertor viejo. Probé el agua de la regadera, fría y en el lavamanos vi cuatro botellas de Bonafont y un jabón usado.

Hambrientos, el mensajero y yo salimos a la calle para comer, beber lo que fuera y estirar las piernas. Caminamos sin rumbo hasta una fonda grata, la música a un razonable volumen. Hablamos sin conversar, las frases cortadas sin alusión alguna a Zambada, al narco, la inseguridad, el ejército que patrullaba las zonas periféricas de la ciudad.

Volvimos a la casa desolada ya noche. Nos levantaríamos a las siete de la mañana. A las ocho del día siguiente desayunamos en un restaurante como hay muchos. Yo evitaba cualquier expresión que pudiera interpretarse como un signo de impaciencia o inquietud, incluso la mirada insistente a los ojos, una forma de la interrogación profunda. El tiempo se estiraba, indolente y comíamos con lentitud.

Las horas siguientes transcurrieron entre las cuatro paredes ya conocidas. Yo llevaba conmigo un libro y me sumergí en la lectura, a medias. Mi acompañante parecía haber nacido para el aislamiento. Como si nada existiera a su alrededor, llegué a pensar que él mismo pudiera haber desaparecido sin darse cuenta, sin advertirlo. Me duele escribir que no tenía más vida que la servidumbre, la existencia sin otro horizonte que el minuto que viene.

“Ya nos avisarán –me dijo sorpresivamente–. La llamada vendrá por el celular”.

Pasó un tiempo informe, sin manecillas. ‘Paciencia’, me decía.

Salimos al fin a la oscuridad de la noche. En unas horas se cruzarían el ocaso y el amanecer sin luz ni sombra, quieto el mundo... LEER MAS (PDF)


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